SONRÍE
“La sonrisa es la distancia más corta entre dos personas”.
Este artículo empieza mal. ¿Por qué? Dicen que no conviene comenzar un artículo con una cita, y yo voy y lo hago. Pero, en fin, ya está hecho. Está claro que no soy un buen articulista; aunque eso tampoco es ningún secreto.
Bueno, comencemos de nuevo.
“La sonrisa es la distancia más corta entre dos personas”.
Esta frase se puede encontrar en internet atribuida a varias personas: a Daniel Goleman, a Victor Hugo, al genial Victor Borge, incluso se la atribuyen a Chaplin. No sé decirte ahora mismo a quien pertenece la cita realmente, pero no me importa, la frase me encanta y, para lo que quiero decirte, con eso me vale.
Creo, firmemente, en el poder de la sonrisa. En la sonrisa como elemento de comunicación y acercamiento con otras personas. En la sonrisa como respuesta antes ciertos hechos de la vida. La sonrisa, casi, como forma de vida. Una simple sonrisa, cuando es sincera y amable, te puede hacer conectar con otra persona, reduciendo la distancia emocional entre los dos, logrando una distensión que hace que todo resulte más cercano y cómodo. Me ha pasado muchas veces, en días grises, que el hecho de recibir una sonrisa auténtica y espontánea me ha alegrado el día. Una sonrisa sincera no te resuelve los problemas pero, desde luego, te hace sentir mejor. Y eso no es poca cosa.
Ocurre lo mismo cuando te sientes angustiado y necesitas ser escuchado por alguien. No buscas necesariamente que quien te escucha te diga algo que resuelva definitivamente tu vida. En muchas ocasiones, diría que en la mayoría, eso no es posible, y tú lo sabes. Pero a veces necesitamos verbalizar eso que nos martilla la cabeza. Necesitamos decirlo en voz alta y convertir así ese pensamiento en algo más tangible, más real, por el simple hecho de haberlo dicho en voz alta. Pero no sirve hacerlo de cualquier manera. No sirve decirlo en voz alta estando en soledad, como no sirve hablarle a una piedra, a un árbol o a una pared. Necesitamos que haya alguien que nos escuche, y que nos escuche de verdad; alguien con quien podamos sentir empatía mutua, alguien con quien conectemos; alguien que te agarre la mano y que te diga, aunque solo sea en actitud: “No puedo solucionar tu problema, pero estaré aquí mientras lo solucionas tú”. Del mismo modo que creo en el poder de la sonrisa, creo también en el poder de escuchar y ser escuchados como sanación emocional para los dolores de la vida. Sobre todo en los tiempos que corren, (que expresión tan rancia, ¿verdad?), en el que todo el mundo quiere hablar pero muy pocos se preocupan por escuchar.
Yo hablo mucho, a veces diría que demasiado, y cualquiera que me conoce lo sabe bien. Me gusta hablar, es cierto. Pero también me he esforzado siempre por escuchar y por aprender a escuchar bien. De hecho, de un tiempo a esta parte, cada vez aprecio más el valor de hablar menos y escuchar más. Pero, como todo el mundo, de vez en cuando también necesito que me escuchen. Y puedo decir, y lo digo lleno de felicidad, que tengo en mi vida a los mejores escuchadores del mundo. Son pocos, muy pocos. Suele ser así siempre. Pero son los mejores. A algunos de ellos los conozco de toda la vida. Por supuesto, yo también les escucho, porque para eso estamos. Y, además, nos sonreímos y nos reímos juntos, todo el tiempo, porque sonreír y reír sana. Es por eso que siempre hay que procurar tener en mente un motivo para sonreír. Hay quien lo tiene muy difícil; muchas personas viven situaciones tan terribles que pedirles que piensen en algo que les arranque una sonrisa es casi como burlarse de ellos. Y, sin embargo, está demostrado que incluso en los peores momentos puede aparecer la sonrisa para iluminar un poco la oscuridad.
Tengo la suerte de tener muchos motivos para sonreír. Algunos de esos motivos, los más importantes, tienen cara, personalidad, nombre y apellidos, e incluso, alguna, lleva parte de mis genes en su ADN. Hasta en mis peores momentos, esos motivos para sonreír están ahí. Y estoy convencido de que tú también los tienes. Esas personas que, con solo pensar en ellas, hacen aparecer la sonrisa en tu cara.
¿Sabes que otra cosa me hace sonreír a mí?
Fue algo que leí hace algún tiempo: ¿sabías que la probabilidad de haber nacido, de que tú seas tú, aquí y ahora, es prácticamente cero? Teniendo en cuenta todos los factores que intervienen, la probabilidad de haber nacido y de ser tú, aquí y ahora, es de 1 entre 400 mil trillones.
¿Sabes lo que eso significa?
Tienes más posibilidades de ganar una Lotería en la que juegue todo el planeta multiplicado por quince, que de nacer y ser tú, aquí y ahora. Y lo mismo ocurre con todas esas personas que tienes en tu vida y que te hacen sonreír y te escuchan cuando lo necesitas. Dime si eso no es un motivo para arrancarte una sonrisa.
No somos conscientes de la suerte que tenemos.
Nos pasamos la vida esperando que nos ocurra una especie de milagro, algo mágico que llene nuestras vidas, quizá sin darnos cuenta, de que el verdadero milagro nos lleva ocurriendo desde el momento en el que pusimos un pie en esta vida. Porque ese milagro somos nosotros mismos; nosotros y la gente que nos rodea, aquí y ahora.
Piénsalo.
Tú eres un milagro.
Cuídalo, sonríe y disfrútalo mientras dure.
Mientras escribo esto, escucho la canción Smile, de Chaplin, y sonrío.
No está mal para un Jueves.
Este artículo empieza mal. ¿Por qué? Dicen que no conviene comenzar un artículo con una cita, y yo voy y lo hago. Pero, en fin, ya está hecho. Está claro que no soy un buen articulista; aunque eso tampoco es ningún secreto.
Bueno, comencemos de nuevo.
“La sonrisa es la distancia más corta entre dos personas”.
Esta frase se puede encontrar en internet atribuida a varias personas: a Daniel Goleman, a Victor Hugo, al genial Victor Borge, incluso se la atribuyen a Chaplin. No sé decirte ahora mismo a quien pertenece la cita realmente, pero no me importa, la frase me encanta y, para lo que quiero decirte, con eso me vale.
Creo, firmemente, en el poder de la sonrisa. En la sonrisa como elemento de comunicación y acercamiento con otras personas. En la sonrisa como respuesta antes ciertos hechos de la vida. La sonrisa, casi, como forma de vida. Una simple sonrisa, cuando es sincera y amable, te puede hacer conectar con otra persona, reduciendo la distancia emocional entre los dos, logrando una distensión que hace que todo resulte más cercano y cómodo. Me ha pasado muchas veces, en días grises, que el hecho de recibir una sonrisa auténtica y espontánea me ha alegrado el día. Una sonrisa sincera no te resuelve los problemas pero, desde luego, te hace sentir mejor. Y eso no es poca cosa.
Ocurre lo mismo cuando te sientes angustiado y necesitas ser escuchado por alguien. No buscas necesariamente que quien te escucha te diga algo que resuelva definitivamente tu vida. En muchas ocasiones, diría que en la mayoría, eso no es posible, y tú lo sabes. Pero a veces necesitamos verbalizar eso que nos martilla la cabeza. Necesitamos decirlo en voz alta y convertir así ese pensamiento en algo más tangible, más real, por el simple hecho de haberlo dicho en voz alta. Pero no sirve hacerlo de cualquier manera. No sirve decirlo en voz alta estando en soledad, como no sirve hablarle a una piedra, a un árbol o a una pared. Necesitamos que haya alguien que nos escuche, y que nos escuche de verdad; alguien con quien podamos sentir empatía mutua, alguien con quien conectemos; alguien que te agarre la mano y que te diga, aunque solo sea en actitud: “No puedo solucionar tu problema, pero estaré aquí mientras lo solucionas tú”. Del mismo modo que creo en el poder de la sonrisa, creo también en el poder de escuchar y ser escuchados como sanación emocional para los dolores de la vida. Sobre todo en los tiempos que corren, (que expresión tan rancia, ¿verdad?), en el que todo el mundo quiere hablar pero muy pocos se preocupan por escuchar.
Yo hablo mucho, a veces diría que demasiado, y cualquiera que me conoce lo sabe bien. Me gusta hablar, es cierto. Pero también me he esforzado siempre por escuchar y por aprender a escuchar bien. De hecho, de un tiempo a esta parte, cada vez aprecio más el valor de hablar menos y escuchar más. Pero, como todo el mundo, de vez en cuando también necesito que me escuchen. Y puedo decir, y lo digo lleno de felicidad, que tengo en mi vida a los mejores escuchadores del mundo. Son pocos, muy pocos. Suele ser así siempre. Pero son los mejores. A algunos de ellos los conozco de toda la vida. Por supuesto, yo también les escucho, porque para eso estamos. Y, además, nos sonreímos y nos reímos juntos, todo el tiempo, porque sonreír y reír sana. Es por eso que siempre hay que procurar tener en mente un motivo para sonreír. Hay quien lo tiene muy difícil; muchas personas viven situaciones tan terribles que pedirles que piensen en algo que les arranque una sonrisa es casi como burlarse de ellos. Y, sin embargo, está demostrado que incluso en los peores momentos puede aparecer la sonrisa para iluminar un poco la oscuridad.
Tengo la suerte de tener muchos motivos para sonreír. Algunos de esos motivos, los más importantes, tienen cara, personalidad, nombre y apellidos, e incluso, alguna, lleva parte de mis genes en su ADN. Hasta en mis peores momentos, esos motivos para sonreír están ahí. Y estoy convencido de que tú también los tienes. Esas personas que, con solo pensar en ellas, hacen aparecer la sonrisa en tu cara.
¿Sabes que otra cosa me hace sonreír a mí?
Fue algo que leí hace algún tiempo: ¿sabías que la probabilidad de haber nacido, de que tú seas tú, aquí y ahora, es prácticamente cero? Teniendo en cuenta todos los factores que intervienen, la probabilidad de haber nacido y de ser tú, aquí y ahora, es de 1 entre 400 mil trillones.
¿Sabes lo que eso significa?
Tienes más posibilidades de ganar una Lotería en la que juegue todo el planeta multiplicado por quince, que de nacer y ser tú, aquí y ahora. Y lo mismo ocurre con todas esas personas que tienes en tu vida y que te hacen sonreír y te escuchan cuando lo necesitas. Dime si eso no es un motivo para arrancarte una sonrisa.
No somos conscientes de la suerte que tenemos.
Nos pasamos la vida esperando que nos ocurra una especie de milagro, algo mágico que llene nuestras vidas, quizá sin darnos cuenta, de que el verdadero milagro nos lleva ocurriendo desde el momento en el que pusimos un pie en esta vida. Porque ese milagro somos nosotros mismos; nosotros y la gente que nos rodea, aquí y ahora.
Piénsalo.
Tú eres un milagro.
Cuídalo, sonríe y disfrútalo mientras dure.
Mientras escribo esto, escucho la canción Smile, de Chaplin, y sonrío.
No está mal para un Jueves.
Tú en mí vida eres una de esas personas que me escuchas y que me saca una sonrisa.....es una suerte tenerte en ella
ResponderEliminarQue bien escribes amigo!!! Me ha encantado leerte ¡y por supuesto escucharte! Ya sabes que aquí tienes un par de orejas para cuando quieras 😘
ResponderEliminarBonita reflexión. Otras dos orejas que se unen a las anteriores. Sonriamos más, si señor😃
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