GESTOS PEQUEÑOS
El otro día estaba teniendo una actuación mala.
Vale, creo que es necesario un poco de un contexto para que quede claro a que me estoy refiriendo.
Para el que no lo sepa, además de ser un aficionado a esto de juntar letras y contar cosas, también soy mago profesional. En realidad, emplearé una palabra que me gusta más que mago para definir lo que hago: ilusionista. De modo que soy ilusionista profesional. Me dedico a entretener, divertir y asombrar a la gente haciendo juegos de magia. Actúo, sobre todo, en eventos privados, eventos corporativos y, en las temporadas de verano, en hoteles junto a la costa. Por lo general es un trabajo que disfruto mucho. Casi siempre suelo tener buenas actuaciones. La magia o, mejor dicho, el ilusionismo, es una disciplina artística muy agradecida que, si te entregas a ella con el cariño suficiente, te puede dar muchas alegrías. Si, además, logras enganchar y conectar con las personas para las que estás actuando, se crea una conexión, una atmósfera, una “magia”, nunca mejor dicho, que consigue que, tanto tú como tus espectadores, terminéis disfrutando de un momento único y de una sensación de familiaridad y cercanía que te hacen sentir como en casa. Al fin y al cabo, los ilusionistas jugamos a romper las barreras de la razón y la lógica, y eso te acaba haciendo conectar con el niño que llevas dentro. Si, por el contrario, no lo disfrutas, por muy profesional que seas, por mucho que apliques todas las herramientas que hayas aprendido a lo largo de los años para que no se note, créeme, el público lo acabará percibiendo y, entonces, tampoco disfrutará.
Hay actuaciones malas; también hay actuaciones difíciles. Y luego están las peores: las que son malas y difíciles. A veces es culpa de uno mismo; no siempre se está bien. Otras veces es por el público que, en ocasiones, sencillamente, no quiere; otras veces tienes un público maravilloso y tú estás en forma y con ganas, pero las condiciones del lugar no son las mejores para poder desarrollar un arte que, por otra parte, es muy frágil y se puede romper enseguida. La magia requiere que el espectador esté continuamente atento y en tensión. Si esto no ocurre o se interrumpe, el público desconecta, se pierde y, por tanto, de manera inevitable, pierde el interés; y esto es algo que puede ocurrir por multitud de razones.
Pues bien, aclarado esto, ahora podemos volver al inicio.
El otro día estaba teniendo una actuación mala.
No era de las malas y difíciles, porque las condiciones en las que estaba trabajando eran buenas, pero sí estaba siendo un actuación mala. No estaba logrando enganchar ni conectar con el público. Según avanzaba el espectáculo, notaba como los iba perdiendo y no tenía ni idea de por qué; pero el hecho es que lo que yo estaba haciendo no despertaba el más mínimo interés en la gente.
A veces esto pasa y, cuando sucede, es triste y lo pasas mal; pero tienes que aceptarlo: no puedes gustar a todo el mundo.
Mi hija, Mónica, había venido ese día conmigo. Estaba sentada viendo el espectáculo en un lateral del escenario, fuera de la vista del público. En un momento dado, giré la vista hacia donde ella estaba y nuestras miradas se cruzaron; entonces me hizo un gesto, un gesto pequeño pero que lo cambió todo: colocó las manos sobre el pecho, juntó las puntas de los dedos formando un corazón y me dedicó una sonrisa. Fue tan solo un instante, aunque yo lo sentí como si fuera eterno. Bastó ese pequeño gesto para que mi ánimo cambiase. El agobio que me invadía, debido a la mala actuación que estaba teniendo, desapareció. De repente no importaba nada más que no fuera aquel corazón hecho con las manos y aquella sonrisa. Dejó de afectarme lo demás. Y, ¿sabéis qué?, desde ese momento la actuación empezó a mejorar. No diré que fue de las mejores, porque estaría mintiendo, pero terminó siendo una actuación buena.
Eso me hizo reflexionar en la importancia de los pequeños gestos. En como uno de estos gestos, una sonrisa, un roce, una mano posada en tu hombro en el momento indicado, un guiño cómplice, unas pocas palabras dichas de manera casual pero en el momento justo, pueden hacer que lo cambie todo y, en parte, determinar un destino diferente para las cosas. Aquella habría sido una actuación mala de no ser por aquel pequeño gesto de Mónica. Ese gesto cambió mi ánimo, modificó mi energía, volviéndola más positiva, e influyó en el destino de la actuación, transformándola en una buena actuación.
Será que, aunque los tiempos que corren pretenden obligarnos a transitar por el camino del individualismo más exacerbado y egoísta, no podemos evitar ser lo que somos: animales sociales que necesitamos conectar unos con otros. Y las palabras y los pequeños gestos sirven para eso. Por supuesto, hay que tener cuidado; estos pequeños gestos que hacemos y decimos también pueden destruir. Quizá no provoquen heridas que hagan sangrar, pero un pequeño gesto, desde luego, puede herir. Ocurre lo mismo con las palabras; las palabras pueden tener el poder de sacarte del fango o bien de terminar de hundirte. Es por eso que deberíamos esforzarnos en ser conscientes de este poder y usar gestos y palabras para ayudarnos a conectar y hacernos mejores, en lugar de para destruir. Un gesto ofensivo, usar palabras cargadas de malas intenciones o, peor aún, el desprecio de un silencio en el momento menos conveniente, pueden ser suficiente para hundir a alguien en la tristeza más absoluta. En cambio, un pequeño gesto cariñoso y de apoyo, una palabra de ánimo, amor y empatía, o un silencio cargado de significado en el momento justo, pueden evitar una caída y ayudarte a seguir caminando.
No es fácil hacerlo bien, entre otras cosas porque esto no se enseña en ninguna parte. Solo es algo que podemos aprender con la práctica, siempre y cuando seamos conscientes de ello.
¿Estoy pecando de ser demasiado optimista, iluso e inocente? Puede ser; no sería la primera vez que me ocurre. Pero si aquella noche, mi hija, con su pequeño gesto con las manos y su sonrisa, logró transformar la atmósfera de toda una sala llena de gente, creo que es posible tener motivos para ser optimista y estar ilusionado con esta idea.
Os deseo, hasta el próximo Jueves, una feliz semana, cargada de pequeños gestos que os alegren el alma. Os hago a todos y todas un corazón uniendo mis manos y me despido pensando: no está mal para un Jueves.
Vale, creo que es necesario un poco de un contexto para que quede claro a que me estoy refiriendo.
Para el que no lo sepa, además de ser un aficionado a esto de juntar letras y contar cosas, también soy mago profesional. En realidad, emplearé una palabra que me gusta más que mago para definir lo que hago: ilusionista. De modo que soy ilusionista profesional. Me dedico a entretener, divertir y asombrar a la gente haciendo juegos de magia. Actúo, sobre todo, en eventos privados, eventos corporativos y, en las temporadas de verano, en hoteles junto a la costa. Por lo general es un trabajo que disfruto mucho. Casi siempre suelo tener buenas actuaciones. La magia o, mejor dicho, el ilusionismo, es una disciplina artística muy agradecida que, si te entregas a ella con el cariño suficiente, te puede dar muchas alegrías. Si, además, logras enganchar y conectar con las personas para las que estás actuando, se crea una conexión, una atmósfera, una “magia”, nunca mejor dicho, que consigue que, tanto tú como tus espectadores, terminéis disfrutando de un momento único y de una sensación de familiaridad y cercanía que te hacen sentir como en casa. Al fin y al cabo, los ilusionistas jugamos a romper las barreras de la razón y la lógica, y eso te acaba haciendo conectar con el niño que llevas dentro. Si, por el contrario, no lo disfrutas, por muy profesional que seas, por mucho que apliques todas las herramientas que hayas aprendido a lo largo de los años para que no se note, créeme, el público lo acabará percibiendo y, entonces, tampoco disfrutará.
Hay actuaciones malas; también hay actuaciones difíciles. Y luego están las peores: las que son malas y difíciles. A veces es culpa de uno mismo; no siempre se está bien. Otras veces es por el público que, en ocasiones, sencillamente, no quiere; otras veces tienes un público maravilloso y tú estás en forma y con ganas, pero las condiciones del lugar no son las mejores para poder desarrollar un arte que, por otra parte, es muy frágil y se puede romper enseguida. La magia requiere que el espectador esté continuamente atento y en tensión. Si esto no ocurre o se interrumpe, el público desconecta, se pierde y, por tanto, de manera inevitable, pierde el interés; y esto es algo que puede ocurrir por multitud de razones.
Pues bien, aclarado esto, ahora podemos volver al inicio.
El otro día estaba teniendo una actuación mala.
No era de las malas y difíciles, porque las condiciones en las que estaba trabajando eran buenas, pero sí estaba siendo un actuación mala. No estaba logrando enganchar ni conectar con el público. Según avanzaba el espectáculo, notaba como los iba perdiendo y no tenía ni idea de por qué; pero el hecho es que lo que yo estaba haciendo no despertaba el más mínimo interés en la gente.
A veces esto pasa y, cuando sucede, es triste y lo pasas mal; pero tienes que aceptarlo: no puedes gustar a todo el mundo.
Mi hija, Mónica, había venido ese día conmigo. Estaba sentada viendo el espectáculo en un lateral del escenario, fuera de la vista del público. En un momento dado, giré la vista hacia donde ella estaba y nuestras miradas se cruzaron; entonces me hizo un gesto, un gesto pequeño pero que lo cambió todo: colocó las manos sobre el pecho, juntó las puntas de los dedos formando un corazón y me dedicó una sonrisa. Fue tan solo un instante, aunque yo lo sentí como si fuera eterno. Bastó ese pequeño gesto para que mi ánimo cambiase. El agobio que me invadía, debido a la mala actuación que estaba teniendo, desapareció. De repente no importaba nada más que no fuera aquel corazón hecho con las manos y aquella sonrisa. Dejó de afectarme lo demás. Y, ¿sabéis qué?, desde ese momento la actuación empezó a mejorar. No diré que fue de las mejores, porque estaría mintiendo, pero terminó siendo una actuación buena.
Eso me hizo reflexionar en la importancia de los pequeños gestos. En como uno de estos gestos, una sonrisa, un roce, una mano posada en tu hombro en el momento indicado, un guiño cómplice, unas pocas palabras dichas de manera casual pero en el momento justo, pueden hacer que lo cambie todo y, en parte, determinar un destino diferente para las cosas. Aquella habría sido una actuación mala de no ser por aquel pequeño gesto de Mónica. Ese gesto cambió mi ánimo, modificó mi energía, volviéndola más positiva, e influyó en el destino de la actuación, transformándola en una buena actuación.
Será que, aunque los tiempos que corren pretenden obligarnos a transitar por el camino del individualismo más exacerbado y egoísta, no podemos evitar ser lo que somos: animales sociales que necesitamos conectar unos con otros. Y las palabras y los pequeños gestos sirven para eso. Por supuesto, hay que tener cuidado; estos pequeños gestos que hacemos y decimos también pueden destruir. Quizá no provoquen heridas que hagan sangrar, pero un pequeño gesto, desde luego, puede herir. Ocurre lo mismo con las palabras; las palabras pueden tener el poder de sacarte del fango o bien de terminar de hundirte. Es por eso que deberíamos esforzarnos en ser conscientes de este poder y usar gestos y palabras para ayudarnos a conectar y hacernos mejores, en lugar de para destruir. Un gesto ofensivo, usar palabras cargadas de malas intenciones o, peor aún, el desprecio de un silencio en el momento menos conveniente, pueden ser suficiente para hundir a alguien en la tristeza más absoluta. En cambio, un pequeño gesto cariñoso y de apoyo, una palabra de ánimo, amor y empatía, o un silencio cargado de significado en el momento justo, pueden evitar una caída y ayudarte a seguir caminando.
No es fácil hacerlo bien, entre otras cosas porque esto no se enseña en ninguna parte. Solo es algo que podemos aprender con la práctica, siempre y cuando seamos conscientes de ello.
¿Estoy pecando de ser demasiado optimista, iluso e inocente? Puede ser; no sería la primera vez que me ocurre. Pero si aquella noche, mi hija, con su pequeño gesto con las manos y su sonrisa, logró transformar la atmósfera de toda una sala llena de gente, creo que es posible tener motivos para ser optimista y estar ilusionado con esta idea.
Os deseo, hasta el próximo Jueves, una feliz semana, cargada de pequeños gestos que os alegren el alma. Os hago a todos y todas un corazón uniendo mis manos y me despido pensando: no está mal para un Jueves.
Es que Mónica es maravillosa y siempre da lo mejor.
ResponderEliminarMe ha encantado tu reflexión, es cierto... en un momento específico unas bonitas palabras pueden cambiar mucho más de lo que nos imaginamos... creo en ese "Efecto Mariposa" que podemos causar tanto para bien como para mal con los pequeños gestos de cada día.....
ResponderEliminartu reflexión me ha hecho recordar, hace 12 años cuando pasé por uno de los momentos peores de mi vida... una llamada de telefono que tuve con un gran mago y mejor persona y amigo, si cabe.... en las que me animaron a seguir luchando, en las que había que hacerlo gustase o no.. .pero que lo importante era hacerlo con animo y sin decaer... aquellas palabras fueron en el momento justo y preciso para rehacerme y cada vez que en la enfermedad pasaba por un mal trabajo recordaba aquellas, tus palabras.
y hoy, sin querer me he topado con tu blog :) y leo esto.... destino?... puede ser.. pero me ha encantado y quería compartir contigo que aunque hace años que no nos vemos... te tengo un grandisimo cariño y estima amigo.
un abrazo!
¡Muchas gracias por tus palabras, amigo! Qué alegría encontrarte por aquí y leerte. Tenemos que vernos y ponernos al día. ¡Abrazos!
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